Artículo aparecido el 5 de agosto de 2014
Hace 69 años, la tripulación cristiana de un bombardero lanzó a «Fat Man», una bomba de plutonio, en Nagasaki, Japón, aniquilando al instante a decenas de miles de civiles inocentes, un número desproporcionado de ellos cristianos, e hiriendo permanente o mortalmente a un número incontable de ellos.
En 1945, los Estados Unidos eran la nación más cristiana del mundo (claro, si es que se puede calificar como cristiana a una nación cuyas iglesias fracasan abrumadoramente al enseñar o adherirse sinceramente a la ética de Jesús tal como enseñó en el Sermón del Monte).
Previo a la explosión de la bomba sobre la iglesia de Santa María Urakami a las 11:02 de la mañana, Nagasaki era la ciudad más cristiana de Japón. La catedral de Nagasaki era la mayor catedral cristiana del Oriente.
Aquellos pilotos bautizados y confirmados como cristianos, siguiendo sus órdenes de guerra al pie de la letra, hicieron su trabajo eficazmente, y cumplieron la misión con orgullo militar, aunque con cierto número de errores fatales. La mayoría de nosotros americanos en 1945 hubiéramos hecho exactamente lo mismo si nos pusiéramos en los zapatos de la tripulación de Bock’s Car, y hubiera habido muy poca angustia mental después si aparte hubiéramos sido tratados como héroes.
No obstante, el uso de esa arma monstruosa de destrucción masiva para destruir una ciudad mayormente civil como Nagasaki fue, como definió posteriormente el Tribunal de Nuremberg, un crimen internacional de guerra y un crimen contra la humanidad.
Por supuesto, no había forma de que los miembros de la tripulación supieran eso entonces. Algunos admitieron que tenían algunas dudas sobre en qué habían participado cuando la bomba fue detonada. Claro, ninguno de ellos vio realmente el horrible sufrimiento de las víctimas de forma cercana y personal. Órdenes son órdenes, y, en tiempo de guerra, la desobediencia puede ser, y ha sido, castigada legalmente con la ejecución sumaria del soldado que pudiera tener una conciencia lo bastante fuerte para convencerse a sí mismo que matar a otro ser humano, especialmente alguien desarmado, era moralmente equivocado.
Haciendo difícil para Japón rendirse
Habían pasado sólo tres días desde que la bomba del 6 de agosto había diezmado Hiroshima. El 9 de agosto el bombardeo ocurrió en medio del caos y la confusión masivos en Tokio, donde el gobierno militar fascista, que sabía -desde hacía meses- que había perdido la guerra, buscaba por lo tanto la forma de rendirse honrosamente y ponerle fin.
El único obstaculo para la rendición era la exigencia aliada de una rendición incondicional, lo que significaba que el emperador Hirohito, a quien los japoneses consideraban una deidad, sería removido de su puesto simbólico y posiblemente sometido a juicio por crímenes de guerra. Eso era algo decisivo, una demanda intolerable para los japoneses que habían prolongado la guerra e impedido que Japón se rindiera meses antes.
El ejército ruso le declaró la guerra a Japón el 8 de agosto, esperando recuperar los territorios perdidos en la humillante (para Rusia) guerra ruso-japonesa 40 años atrás, y el ejército de Stalin avanzó por Manchuria. La entrada de Rusia en la guerra representó un incentivo poderoso para Japón para ponerle fin, dado que preferían rendirse ante Estados Unidos más que ante Rusia. Y por supuesto, los Estados Unidos no querían dividir nada del botín de guerra con Rusia, y querían enviar un mensaje temprano de guerra fría a Rusia de que los Estados Unidos eran la nueva superpotencia planetaria.
Señalando el 1 de agosto de 1945 como la fecha más temprana de despliegue de la primera bomba, el Comité de Objetivos en Washington D.C elaboró una lista de ciudades japonesas relativamente intactas que debían ser excluidas de las campañas de bombardeo convencionales de la USAAF (éstas, durante la primera mitad de 1945, destruyeron a las 60 ciudades más grandes, en su mayoría indefensas, de Japón).
La lista de ciudades protegidas incluía a Hiroshima, Niigata, Kokura, Kioto y Nagasaki. Estas 5 ciudades relativamente sin daños debían mantenerse fuera de los límites de los bombardeos de terror. Debían ser preservadas como potenciales blancos de la nueva arma que había sido investigada y desarrollada por toda América durante los 2 años del Proyecto Manhattan. Irónicamente, los días previos al 6 y 9 de agosto los residentes de esas ciudades se consideraban afortunados por no haber sido bombardeados como otras ciudades. Poco sabían sobre por qué estaban siendo excluidos de la carnicería.
La Prueba Trinity
El primer y único campo de prueba de una bomba atómica recibió el blasfemo nombre clave de «Trinity» (un término cristiano distintivo). Ocurrió 3 semanas antes en Alamogordo, Nuevo México, el 16 de julio de 1945. Los resultados fueron impresionantes, pero la explosión sólo mató a unos cuantos desventurados coyotes, conejos, serpientes y otras alimañas del desierto; destruyó totalmente a un puñado de cactus y artemisas, y destruyó a una familia de maniquíes que habían sido puestos en casas que fueron construidas precipitadamente para la porción fotográfica del experimento.
La prueba Trinity también produjo inesperadamente grandes cantidades de un mineral de prueba que posteriormente fue llamado «trinitita», que era una roca de lava fundida creada por el intenso calor (dos veces la temperatura del sol) de la explosión de la bomba.
A las 3 de la mañana de la mañana del 9 de agosto, un B-29 Superfortress (que había sido «bautizado» como Bock’s Car) despegó de la isla Tinian en el Pacífico Sur, con las bendiciones y rezos de sus capellanes luteranos y católicos. Apenas comenzar el recorrido antes de que el avión entrara (a causa de la bomba que llevaba), se dirigió al norte hacia Kokura, el objetivo ptincipal. La bomba de plutonio de Bock’s Car fue llamada «Fat Man», por Winston Churchill. Little Boy, primero llamada Thin Man (por el Presidente Roosevelt), fue la bomba que incineró Hiroshima tres días antes.
La segunda bomba fue lanzada mientras el Consejo de Guerra de Japón se reunía para discutir la rendición
La realidad de lo que ocurrió en Hiroshima no fue comprendida por el Consejo Supremo de Guerra en Tokio.
Así que no había forma de que el Consejo Supremo de Guerra tomara decisiones racionales sobre el asunto de la rendición.
Pero aún así, ya era demasiado tarde, porque cuando el Consejo de Guerra se reunió, Bock’s Car -volando bajo silencio radio- ya se estaba acercando a las islas del sur de Japón, esperando vencer a los tifones y nubes que podrían haber retrasado la misión otra semana.
La tripulación de Bock’s Car tenía ordenes de lanzar la bomba sólo con contacto visual. Pero Kokura estaba muy nublada. Así que, tras hacer 3 intentos fallidos mientras el combustible se acababa peligrosamente, el avión se dirigió al segundo objetivo, Nagasaki.
La historia de la cristiandad de Nagasaki
Nagasaki es famosa en la historia de la cristiandad japonesa. Nagasaki tenía la mayor concentración de cristianos de todo Japón. La catedral de Urakami era una megaiglesia en su tiempo, con 12000 miembros bautizados.
Nagasaki fue donde el legendario misionero jesuita Francisco Xavier estableció una iglesia misionera en 1549. La comunidad católica de Nagasaki creció y eventualmente prosperó en las siguientes 7 generaciones. Pero eventualmente se volvió claro para los gobernantes japoneses que los intereses comerciales españoles y portugueses estaban explotando a Japón; pronto todos los europeos -y su religión extranjera- fueron expulsados del país.
De 1600 a 1850, ser cristiano era un crimen capital en Japón. A comienzos de los 1600, aquellos cristianos japoneses que se negaron a renunciar a su fe fueron sometidos a torturas indecibles, incluyendo la crucifixión. Luego de que el reinado de terror terminó, parecía para todos los observadores que la cristiandad japonesa estaba extinta.
No obstante, 250 años después, cuando la diplomacia de cañonero del comodoro Matthew Perry obligó a abrir una isla para propósitos comerciales americanos, se descubrió que había miles de cristianos bautizados en Nagasaki viviendo su fe en una existencia de catacumbas, completamente desconocidos para el gobierno.
Con esta humillante revelación, el gobierno japonés comenzó otra purga: pero debido a las presiones internacionales, las persecuciones se detuvieron, y la cristiandad de Nagasaki salió. Y en 1917, sin ayuda del gobierno, la revitalizada comunidad cristiana construyó la masiva catedral de Santa María, en el distrito del río Urakami de Nagasaki.
Así que fue el peso de la ironía que la catedral masiva, uno de los únicos dos únicos puntos de referencia que podían ser identificados (el otro era el complejo de producción de armas de Mitsubishi), se volviera la zona cero de la infame bomba. El bombardero Bock’s Car identificó los puntos a través de una ruptura en las nubes y ordenó soltarla.
A las 11:00 de la mañana, durante la misa matutina, cientos de cristianos de Nagasaki fueron hervidos, carbonizados, evaporados, o dedaparecieron en una abrasadora bola de fuego radiactiva que explotó a 500 metros encima de la catedral. La lluvia negra que luego cayó de la nube de hongo seguramente contenía los restos mezclados de muchos sintoístas, budistas y cristianos de Nagasaki. Las implicaciones teológicas de la lluvia negra de Nagasaki seguramente debieron haber sobresaltado las mentes de los teólogos de todas las denominaciones.
La cuenta de muertes cristiana de Nagasaki
La mayoría de los cristianos de Nagasaki no sobrevivieron a la explosión. 6000 de ellos murieron al instante, incluyendo aquellos que estaban en confesión. De los 12000 miembros de la iglesia, 8500 murieron eventualmente como resultado de la bomba. Muchos de los otros enfermaron gravemente.
Tres órdenes de monjas y una escuela cristiana de niñas desaparecieron en el humo negro o eventualmente se volvieron pedazos de carbón. Decenas de miles de sintoístas y budistas japoneses no combatientes también murieron instantáneamente, y muchos más resultaron mortalmente heridos o incurablemente dañados.
Parte de la progenie de las victilas aún está en proceso de morir a causa de las malignidades transgeneracionales y las deficiencias inmunes causadas por el mortal plutonio y otros isotopos radiactivos producidos por la bomba.
Y acá está uno de los puntos importantes del artículo: lo que el gobierno imperial japonés no pudo hacer en 200 años de persecución (destruir a la cristiandad japonesa) los cristianos americanos lo hicieron en 9 segundos.
Incluso después de un breve resurgimiento del cristianismo en las décqdas posteriores a la SGM, la membresía en las iglesias japonesas aún representa una pequeña fracción del 1% de la población general, y la asistencia general a los servicios cristianos de adoración se reporta como de sólo el 30%. Seguramente la destrucción de Nagasaki al final de la guerra incapacitó a la que una vez fue una vibrante iglesia.
Es importante conocer la historia oculta de la cristiandad de Nagasaki y la aniquilación que intentaron cristianos americanos. La tripulación de Bock’s Car, así como la mayoría de los soldados en cualquier guerra, estaban al fondo de una larga y compleja cadena de mando anónima. Ellos sólo «halaron el gatillo» del arma que fue producida por corporaciones, pero que fue puesta en sus manos por otros, ninguno de los cuales asumió su responsabilidad por cometer el acto satánico. Como en todas las guerras, en la SGM los que disparan el gatillo -y los capellanes- en el fondo de la cadena de mando no saben exactamente a quiénes están matando.
George Zabelka, capellán católico del 509° Grupo Compuesto
El padre George Zabelka era el capellán católico del 509° Grupo Compuesto (los 1500 hombres de la Fuerza Aérea del Ejercito de los EEUU cuya única misión era soltar exitosamente las bombas atómicas en sus blancos). Zabelka fue uno de los pocos líderes cristianos que eventualmente reconoció las contradicciones entre lo que su moderna iglesia le enseñó sobre la guerra y lo que la antigua iglesia pacifista enseñaba sobre la violencia homicida.
Varias décadas después de que Zabelka fuera despedido de la capellanía militar, finalmente concluyó que tanto él como su iglesia cometieron serios errores éticos y teológicos al legitimar la matanza organizada masiva que es la guerra moderna. Eventualmente entendió que, como había articulado, los enemigos de su nación no eran, según la ética del Nuevo Testamento, los enemigos de Dios, sino hijos de Dios que eran amados por Dios y que por lo tanto no debían ser asesinados por seguidores de Dios.
La conversión del padre Zabelka alejándose de la cristiandad estandarizada tolerante con la violencia hizo que su ministerio en Detroit, Michigan, diera un giro de 180 grados. Su compromiso absoluto con la verdad del evangelio de la no violencia -igual que Martin Luther King- lo inspiró a dedicar las décadas restantes de su vida a hablar contra la violencia en todas sus formas, incluyendo la violencia del militarismo, el racismo y la explotación económica. Zabelka incluso visitó Nagasaki en el 50 aniversario del bombardeo, arrepintiéndose y pidiendo perdón por el rol que jugó en el crimen.
De forma parecida, el capellán luterano de la 509, el pastor William Downey (antiguamente de la Iglesia Evangélica Luterana de la Esperanza en Mineapolis), consolando a los soldados que tuvieron problemas por su participación en un asesinato para el Estado, denunció todos los asesinatos, fueran por una bala o por armas de destrucción masiva.
¿Por qué los veteranos de combate deberían abrazar una religión que bendijo guerras que arruinaron sus almas?
En el importante libro de Daniel Hallock, Infierno, Sanación y Resistencia, el autor habla de un retiro budista en 1997 dirigido por el monje budista Thich Nhat Hanh. El retiro buscaba tratar con la infernal existencia de posguerra de los traumatizados veteranos de Vietnam. Hallock escribió «Claramente, el budismo ofrece algo que no puede hallarse en la cristiandad institucionalizada. Pero entonces, ¿por qué deberían los veteranos abrazar una religión que bendijo las guerras que arruinaron sus almas? No es de extrañar que voltearan hacia un amable monje budista para escuchar lo que son, en gran medida, las verdades de Cristo.».
La verdad del comentario de Hallock debería ser un aleccionador llamado al despertar a los líderes cristianos que parecen considerar igual de importante el reclutamiento de miembros nuevos y la retención de los viejos. El hecho de que los EEUU sean una nación altamente militarizada hace difícil enseñar y predicar el evangelio de la no violencia, especialmente a los veteranos militares y sus familias patrióticas (particularmente las pobres y sin casa) que pudieron haber perdido la fe a causa de los eventos pasados en el campo de batalla.
Soy un físico retirado que ha tratado con cientos de pacientes traumatizados sicológicamente (especialmente veteranos de guerra con traumas de combate), y sé que la violencia, en todas sus formas, puede dañar irremediablemente la mente, el cuerpo, el cerebro, y el espíritu: pero el hecho de que los traumas de combate sean totalmente prevenibles -así como, la mayoría de los casos graves, virtualmente imposibles de curar- hace el trabajo de prevención tan importante. Y es ahí donde las iglesias cristianas deberían y podrían ser instrumentales. Una onza de prevención es de hecho una libra de cura.
Estos traumas son mortales y a veces incluso contagiosos. He visto violencia, negligencia, abuso y las resultantes enfermedades traumáticas extendiéndose entre familias, involucrando incluso a la tercera o cuarta generación, similar a la experiencia de la progenie de las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki y a los guerreros-perpetradores/víctimas que fueron entrenados para y experimentaron los actos de asesinatos en cualquier guerra, no sólo en la SGM.
¿Cuál debería ser el rol de las iglesias cristianas en la matanza masiva de la guerra?
Hace algunos años vi un estudio sin publicarse de la Administración de Veteranos que mostraba que, donde la mayoría de los soldados de la era de la guerra de Vietnam eran miembros activos de iglesias cristianas, si volvían a casa con PTSD, el porcentaje de los que volvían a la fe de la comunidad se aproximaba a cero. El aleccionador mensaje de Daniel Hallock citado arriba explica por qué es así.
Por lo tanto, la iglesia parece promover (tal vez inadvertidamente y/o por su silencio ante el tópico de la violencia) la violencia homicida antievangélica por fracasar al enseñar lo que la iglesia primitiva entendía sobre el ministerio de Jesús, que dijo, en efecto, que «la violencia está prohibida para aquellos que deseen seguirme». Por ello, al abstenerse de advertir a los miembros adolescentes sobre las satánicas realidades de la guerra (y la destrucción de la fe en combate asociada a la PTSD) la iglesia directamente está socavando las estrategias de «retención» que todas las iglesias usan.
Afortunadamente este ensayo promoverá la discusión en esta llamada nación «cristiana» sobre la ética de asesinar para el Estado (y sus corporaciones) mientras simultáneamente -e ilógicamente- se profesa adherencia a las enseñanzas del no violento Jesús.
Los líderes de la iglesia antigua que conocían las enseñanzas de Jesús rechazaban las agendas nacionalistas, racistas y militaristas de todas las agencias de seguridad nacional, el complejo militar-industrial, las corporaciones que se benefician de la guerra y las doctrinas de represalia precristianas del ojo por ojo que, en los pasados 1700 años, permitieron a cristianos matar a otros cristianos en nombre de Cristo.
Dr. Gary G. Kohls
Global Research